lunes, 1 de septiembre de 2008
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There is no worse sin
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my conscience tells me rasta But the heart tells me look again is the queen of my wanting and we must know and must know what you are as you at this time there is no longer with this movement that black style drowning all sentences in a network juete Wain since you left that day I said Good-bye nose with those who will be with another and why
Mientras tanto Laura se cobijó en un soportal, tenía sus manos y pies como témpanos de hielo. Debía esperar, aguardaba a alguien muy especial para ella. Parecía como si el reloj se hubiera parado, los segundos se tornaron minutos. Evidentemente los nervios se habían apoderado de ella. No era para menos, había llegado el momento de pasar la “prueba de fuego”, como ella le llamaba, ese momento al que tanto temía y al que, sin embargo, tenía que enfrentarse por muy doloroso que fuera su resultado.
De pronto apareció él, Mario, con una sonrisa en sus labios y, como no, dispuesto a escucharla y hacer de esa noche infernal, una noche placentera, alegre, feliz... Sin embargo, algo le decía a Laura que no sería así, tenía sus dudas.
Se dirigieron al café de la esquina y se acomodaron en un rincón, al lado de un gran ventanal. Laura seguía tiritando, no ya de frío, sino de un estremecimiento interior. Tenía ante sí al hombre de sus sueños, al hombre que mantenía viva la llama de su corazón, por el que día y noche suspiraba... pero él no lo sabía. ¡Pobre iluso!, gritaba Laura hacia sus adentros.
No le quedaba más remedio que enfrentarse a su verdad, a la que ella tan solo conocía y debía compartir con Mario. Estaba sumida en un mar de dudas, de preguntas sin respuestas, quizás se trataba de un sueño, de una ilusión... pero necesitaba fuerza para poder expresar sus sentimientos.
Mientras miraba a través del cristal, a lo infinito, se fijó en una estrella que destacaba sobre las demás. Fue tan solo un instante, una luz intensa se quedó reflejada en su mirada y le hizo recordar esa lunita mágica que un día le regalaron.
¡Aquí estás, siempre conmigo y tú me ayudarás!.
Mientras Mario se dirigía al encuentro con Laura, escuchando música en su siempre limpio y cuidado coche negro azabache, no dejaba de pensar en ella, a la vez que se hacía mil preguntas, ¿qué me dirá?, ¿qué quiere contarme?, se sentía nervioso también. En los últimos días la había notado triste, nerviosa, titubeante, se le había borrado la sonrisa de sus labios, seguro que tenía algún problema. ¡Vaya, espero poder ayudarla!, pensaba, ¡por lo menos la escucharé, al fin y al cabo somos amigos!.
Laura, diariamente y antes de entrar a la oficina, se paraba a comprar el periódico en el quiosco cercano y siempre le atendía amablemente Mario. Por supuesto que eran amigos, una amistad que ni siquiera ellos mismos se explicaban el cómo y el porqué había nacido. Se conocieron hace ya más de un año y desde el primer momento pareció como si hubiera una química especial entre ellos, entablaron conversación enseguida. Un día, otro y otro, entre palabras, sonrisas, miradas y alguna que otra confidencialidad, se había ido forjando una buena amistad.
Laura miró a los ojos a Mario y le dijo: ¡Me gustaría contarte una historia que no hace mucho soñé!, ¿quieres que te la cuente?, quizás se trate tan solo de eso, de un sueño, quizás de una ilusión, pero no te preocupes más tarde lo sabré, Mario asintió con la cabeza, estaba totalmente intrigado.
Era un día de verano, el sol brillaba intensamente sobre el cielo azul, desprendía su calor tórrido y agobiante. Me encontraba en una playa solitaria, no había nadie más, tumbada sobre la arena blanca, oía como las olas golpeaban con fuerza las rocas y una suave brisa recorría mi cuerpo, dándome frescor. Estaba relajada, disfrutando de aquella paz, de aquel momento que necesitaba hacía mucho tiempo para poder dar rienda suelta a mis pensamientos, aclarar mis ideas y también, por qué no, soñar. Había conseguido al fin estar sola.
Sin embargo, a lo lejos, bajando por la ladera entre las rocas, vislumbré la silueta de un hombre que se iba acercando lentamente. Era alto, moreno, musculoso, llevaba gafas de sol, una toalla sobre su hombro derecho, bañador oscuro y mientras sus pies acariciaban la blanca arena, se dirigía hacia mi. ¡Qué extraño!, ¿quién era?, ¿de quién se trataba?, ¿acaso venía a perturbar la paz de mi soledad?, el corazón me palpitaba con fuerza.
¡No me lo podía creer, que alegría, era él!, me saltaron las lágrimas de la emoción, abrazados y, con un nudo en la garganta, le susurré al oído que hacía tiempo sentía algo especial y que estaba perdidamente enamorada de él.
Abrí los ojos, había sonado el despertador.
Mario intentó opinar, pero Laura no le dejó, sintió en su mano escondida en el bolsillo de la chaqueta, la compañía de la lunita mágica, usó de su fuerza y, entre sollozos, le dijo: “Él, en la realidad eres tú. No se trata de un capricho, ni siquiera lo he buscado, simplemente ha surgido y he intentado luchar contra ello sin conseguirlo”. Mario se quedó sorprendidísimo, se le notaba en su cara, como si no diera crédito a lo que acababa de oír, no le salían las palabras.
Laura esperaba ansiosa una respuesta, fuere cual fuere, la necesitaba para disipar sus dudas y, por supuesto, la tuvo. Mario, mirándole a los ojos y con voz muy cálida, le dijo: ¡Lo siento mucho, pero mi corazón ya está ocupado, estoy enamorado de otra persona!. Pareció que el viento que soplaba con fuerza esa noche, hubiera entrado como un torbellino en el viejo café de la esquina, se llevó su sueño, su ilusión y tan solo le dejó una inmensa tristeza por un sentimiento no compartido, una herida de la que tardaría en curar.
Laura y Mario se abrazaron y entre sollozos se dijeron que su amistad perduraría en el tiempo, despidiéndose se perdieron entre los plateros del paseo de la ciudad.